PANDEMIA, NECROPOLÍTICA Y DISTOPÍA
Todo lo sólido se desvanece en el
aire. El mundo tal cual como lo conocemos colapsa, las instituciones se
resquebrajan ante las consecuencias de un ritmo que direcciona la humanidad
hacia el abismo. El modelo civilizatorio del norte global evidencia sus límites
estructurales, provocando una conmoción social al borde de una psicosis
colectiva. En EE.UU, el supuesto olimpo de las naciones libres, está experimentando
una paranoia social sin precedentes. Las ventas de armas están logrando records
históricos. La sociedad del norte se entrega a una compra compulsiva de armamentos porque temen que el gobierno “les quite su
derecho a comprar armas”, otros las compran para protegerse de ataques
racistas. La xenofobia aumenta. La violencia latente cultivada por décadas por
una fuerte cultura de guerra, un capitalismo salvaje y un individualismo
radical manifiesta ahora sus síntomas.
En EE.UU no existe un sistema de salud pública, y el Estado se muestra totalmente incapaz de coordinar una estrategia para hacer frente a una crisis sanitaria como la que se avecina. Los lazos sociales y comunitarios han sido sistemáticamente degradados por una doctrina racional del egoísmo. Cuando las burguesías experimentan la paranoia emergen los fascismos, por eso puede que “un fascista no sea más que un burgués asustado”. Efectivamente, la codicia y la muerte son justificados por el miedo de los plutócratas y la distopia se materializa sin rodeos. El “ethos” cultural norteamericano, enjaulado en la proyección de su propio terror, no puede observar otro horizonte posible que no sea el de la anarquía distópica. No por nada su industria cinematográfica se ha vuelto experta en pensar diferentes escenarios apocalípticos.
El problema es que la reducción de todo lo político
hacia el interés economicista, convierte a la política en mera necropolítica,
es decir, en la mera administración de la miseria de las grandes mayorías. Entonces
se brinda salud, educación y protección social solo a un nivel mínimo posible, el
mínimo nivel de bienestar para que la maquinaria infernal de la acumulación del
capital no tenga mayores complicaciones en seguir acrecentando sus ganancias. Entonces
ya no hablamos de un Estado de Bienestar, sino concretamente de un Estado que
gestiona y regula el malestar de sus poblaciones.
De esta manera, se ha degradado la
vida humana a condición de subalternidad y como contracara, se ha endiosado el
fetiche del dinero. Los mercados ahora tienen sentimientos: se deprimen o se
entusiasman, se enojan o se calman. Se a subjetivado su condición pero a costa
a haber degradado lo humano al nivel de las cosas. Efectivamente, somos un “recurso
humano”, utilizable, consumible, descartable.
El Antropoceno nos golpea con fuerza, vivimos la
era del ántropo enloquecido por sus miedos y sus pasiones, ciego ante las
consecuencias de sus propios actos. Vivimos la bisagra del tiempo, un momento
que exige la articulación de todos los frentes de liberación cultural feministas,
obreros, campesinos, ecológicos, indigenistas y juveniles de cara a la construcción de un
modelo planetario alternativo, pluricultural y transmoderno. Los historiadores
van escribir sobre estos días, los días en que la humanidad experimentó la
metamorfosis de todos sus sistemas organizacionales. De lo contrario no habrá ningún
relato más que contar, ninguna otra poesía por escribir…
Adonay Alaminos
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