LOS NUEVOS INQUISIDORES CULTURALES
Siempre me pareció excelente el método foucaultiano de genealogizar históricamente las prácticas humanas, en el cual, para rastrear sus orígenes, era necesario indagar profundamente la historicidad en la que dichas prácticas se desenvolvieron hasta llegar hasta nuestros días haciéndose carne en los discursos cristalizados y naturalizados en la cosmovisión de muchas personas. En ese sentido, es posible argumentar que uno de los posibles orígenes de aquel visceral desprecio hacia los movimientos de liberación cultural feministas, pueden rastrearse hasta la propia edad medieval, donde las discursos de los poderes eclesiásticos tenían un control hegemónico casi exclusivo sobre las dimensiones materiales y simbólicas de la cultura europea-occidental.
Y a la manera del propio Foucault, en tanto arqueólogo de las narrativas humanas, es posible encontrar fragmentos escritos que nos permiten tener una pequeña pero clara idea de la percepción que tenían en el medioevo sobre las mujeres disidentes. Se trata de un manual redactado en la Edad Media por dos monjes inquisidores,
Jacob Sprenger y Enrique Kramer, por designación de las autoridades papales y con el apoyo de las facultades de teología de la época. El tratado incluye hechizos, pactos y
sacrificios centrándose en detectar y enjuiciar a mujeres propensas a servir a
Satán, de las cuales muchas terminaron asesinadas en la hoguera. Que si pecamos de presentismo analítico, podría considerarse como en una especie de feminicidio legitimado:
“Se abandonaron a
demonios, íncubos y súcubos, y con sus encantamientos, hechizos, conjuraciones
y otros execrables embrujos y artificios, enormidades y horrendas ofensas, han matado
niños que estaban aún en el útero materno (…), además, acosan y atormentan a
hombres y mujeres, animales de carga, rebaños y animales de otras clases, con
terribles dolores y penosas enfermedades, tanto internas como exteriores;
impiden a los hombres realizar el acto sexual y a las mujeres concebir (…); por
añadidura, en forma blasfema, renuncian a la Fe que les pertenece por el
sacramento del Bautismo, y a instigación del Enemigo de la Humanidad no se
resguardan de cometer y perpetrar las más espantosas abominaciones y los más
asquerosos excesos, con peligro moral para su alma, con lo cual ultrajan a la
Divina Majestad y son causa de escándalo y de peligro para muchos.”
“Debemos observar en especial que esta
herejía, la brujería, no sólo difiere de todas
las otras en el sentido de que no sólo por un
pacto tácito, sino por uno definido y
expresado con exactitud, blasfema del Creador
y se esfuerza al máximo por
profanarlo y por dañar a sus criaturas (…) Más
aun, la brujería difiere de todas las demás
artes perniciosas y misteriosas en el sentido
de que, de todas las supersticiones,
es la más repugnante, la más maligna, y la
peor, por lo cual deriva su nombre de
hacer el mal, y aun de blasfemar contra la fe
verdadera.”
Hoy en día con palabras mas, con palabras menos, es posible captar el mismo trasfondo semántico acusatorio y de reprobación de muchos sujetos hacia las diferentes expresiones del feminismo, reproduciendo en su práctica y discurso las mismas asimetrías de poder. Como expresa Osborne (2009), la violencia de género responde a un fenómeno estructural para el mantenimiento de la desigualdad entre los sexos. Es una forma de ejercicio del poder para perpetuar la dominación sexista. Efectivamente, en las sociedades capitalistas de democracia formal, la desigualdad se mantiene de forma mas sutil, y la violencia se ejerce en múltiples modalidades, a través de formas contractuales de dominación asimétrica.
Es en este contexto social y cultural de desigualdad simbólica y material en la que se cultivan de forma mas virulenta las estereotipias que se encarnan en los discursos y prácticas de los nuevos inquisidores culturales, que no dudan en el ejercicio de su violencia, ya que se amparan en la legitimidad de un sistema de dominación socio-político que está entrando claramente en un estado de decadencia.
Adonay Alaminos
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